¿Heroína o villana?


A los ocho años me declaré experta en una de esas asignaturas pendientes que tenemos los humanos: la vida.

Había recibido algunos que otros de aquello que escuchaba a los adultos llamar palos: papá Noel solo era una fantasía y los Reyes Magos a mi casa nunca más volverían. Cuando me dieron esta noticia, me quité las lágrimas de mi cara sintiéndome fuerte. Tan fuerte como un superhéroe en una de esas películas que rescataba a la chica. Bueno, en este caso yo me rescataba sola. 

Un par de años más tarde sentí lo que era perder a una de las personas que más quería y quiero. Entonces, creí haber recibido el mayor palo de mi vida y sentí preparada para afrontar todos los obstáculos que me pusiese la vida. Entonces apareció mi gran miedo: la oscuridad. Mi último pensamiento antes de irme a la cama era el hecho de que alguien me secuestrase y mi familia no se diese cuenta. Miedos estúpidos como el del monstruo que se esconde en el armario, ¿no crees?
Sentía que los problemas ya no podían ahogar más, pero no. Aumentaron los palos, las decepciones, la incertidumbre y los miedos. Hacía años que me había puesto la capa de súper héroe, pero nadie me recordó que esa capa pesaba demasiado para una niña y que ese peso podía abortar mi vuelo. Entendí los miedos y los problemas como un código secreto que solo yo podía descifrar y no veía que lo que estaba haciendo era ponerme una soga al cuello.

¿Heroína o villana? Por sobreprotegerme de todo aquello que me dolía me sentí tan villana que ni el traje me salvaba. Los miedos cambiaron y la soledad llamó a mi puerta. Allí estaba al otro lado del andén, tan acompañada y tan sola a la vez. Cambié mi concepción de sola y es que no hay más soledad que aquella que, pese a estar rodeada de la gente que más te quiere, te sientes fuera de lugar sin ningún tipo de enganche que pueda sanarte.


Suena tan raro, tan desafortunado, tan mísero que no sé ni por dónde empezar. Han pasado doce años y no, no soy una experta en la vida, ni si quiera de mis días. No soy experta ni si quiera en cada uno de mis pensamientos, ni si quiera yo me entiendo. A día de hoy siento que mis pasos no tienen un destino concreto, que no saben muy bien dónde van, pero lo que sí saben es que no les duele decir que sienten miedo, que las capas solo deberían aparecer en los comics y que no estoy dispuesta a perder a nadie por el simple hecho de temer a la soledad abatida.

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