La atracción no entiende de vida si no es a través de la química
Sonaron los reproches, las alarmas antirrobo, las libertades
encarceladas, las risas desquiciadas, los gritos silenciados...y es que,
quién esté libre de (des)amores
que tire la primera lágrima.
Entonces, tú tiraste
la primera lágrima y yo, en cambio, te hablé de co(n)razones como aquel que decía
ser un experto físico por creer entender esa adherencia de la que muchos hablan
y pocos viven. Sin embargo, él no tuvo en cuenta, que la atracción no entiende
de vida si no es a través de la química. Te seguí hablando de los besos de
solsticio, esos que ocurren solo una vez al año y que, pese a que puedes notar
la distancia entre su ritmo cardiaco y tu piel, puedes oler ese aroma que te
hace sentir como en casa. Y sí, te podía seguir hablando hasta hacerte preso de
mi libertad, pero preferí darte alas y hablarte de las huellas que dejó tras
mis pisadas, de los pactos debajo de la manta y de esa manera tan mía, tan
suya, tan nuestra de conjugar todas las formas posibles que acaban en arte… Besarte, amarte, follarte, acariciarte, abrazarte,
sanarte, soñarte…
Y sí,
también olvidarte.
Quizás ya
estabas sintiendo una quemazón. Venía la parte dura, o quizás no. Así que hablemos
de eso, de olvidarle, como quien olvida que antes tenía un brazo donde
ahora tiene un muñón; como quien pierde su sano juicio y busca un abogado; como
el ludópata que cambia la ruleta por la vida; en fin, como quien redirecciona
el querer al resto para hacerlo al
verse reflejada en un espejo.
Al fin de
cuentas, de facturas y, en general, de dudas, siempre has sido ese valiente
superhéroe sin importar cuán estaba tu escudo de jodido. Encendiste las anti
nieblas pensando que espantarías a los fantasmas más oscuros de tu pasado que, en
su día, pusieron boca abajo tu universo entero. Fuiste aquello que todos
esperaban de ti, un chico con apariencia de roble que antes de derramar una
lágrima prefería ver su vida desvanecerse. Sin embargo, ahora, ahí estabas,
dejando que tus lágrimas bailasen por tus mejillas en busca del cobijo de tus
labios. Llegados a ese momento, creí oportuno hablarte como lo que somos:
humanos y, entonces, fue cuando entendió la valentía de admitir que los
(des)amores nos matan y nos dan vida.
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